BIM. REVIT. ORGANIZADOR DEL NAVEGADOR DE PROYECTOS. PARTE I
websitebuilder • 10 de febrero de 2017

¿Quién quiere ser ingeniero civil? Radiografía de una carrera en busca de nuevos talentos Cada verano, miles de jóvenes en España se enfrentan a la misma pregunta: ¿qué estudiar? Las universidades se preparan para recibir a la próxima generación de estudiantes, pero en los pasillos de las Escuelas de Ingeniería Civil reina un silencio preocupante. No por falta de profesores ni de oferta académica, sino por algo más profundo: la caída sostenida en la demanda de esta histórica y esencial titulación. A pesar de ser una de las profesiones más antiguas, con un papel clave en el desarrollo de infraestructuras y en la transformación de nuestras ciudades, la Ingeniería Civil no parece estar entre las primeras elecciones de los futuros universitarios. Y no es algo nuevo. Una caída que lleva años en marcha Hace apenas dos décadas, las ingenierías en general gozaban de buena salud. En el curso 2002‑2003, más de 360 000 estudiantes estaban matriculados en titulaciones técnicas. Hoy, esa cifra apenas supera los 219 000. Dentro de ese descenso general, la situación de la Ingeniería Civil es especialmente llamativa: en menos de diez años, el número de egresados ha pasado de más de 2 000 a menos de 800. No es raro encontrar grados donde las plazas ofrecidas superan ampliamente las solicitudes en primera opción. En algunas universidades, el porcentaje de estudiantes que eligen Ingeniería Civil como su primera preferencia no llega ni al 60 %. Es decir, muchos llegan "de rebote", o porque no consiguieron entrar en otra titulación. ¿Por qué ya no seduce como antes? Hay varias respuestas posibles, y todas tienen algo de verdad. Para empezar, muchas personas jóvenes desconocen realmente qué hace un ingeniero civil. No hay una imagen clara y atractiva de la profesión, como sí la hay con otras más "mediáticas". A eso se suma cierta confusión con los llamados “grados no habilitantes”, que obligan a cursar un máster posterior para poder ejercer. Y claro, si un chico o chica de 17 años ve que va a necesitar cinco o seis años de estudio antes de poder trabajar, es comprensible que se lo piense. Tampoco ayuda la fama de dificultad que arrastran las ingenierías. Aunque justificada en parte, a veces se convierte en un filtro innecesario para estudiantes que podrían rendir muy bien con un enfoque pedagógico más adaptado. Las tasas de abandono en los primeros cursos —que rondan el 50 %— no invitan al optimismo. Pero el mundo sigue necesitando ingenieros civiles Lo curioso es que, mientras las aulas se vacían, el sector sigue reclamando profesionales cualificados. Según estimaciones recientes, España necesitará más de 200 000 ingenieros en la próxima década. Y la construcción, en particular, podría requerir hasta un millón de nuevos trabajadores, muchos de ellos con formación técnica superior. En paralelo, los ingenieros civiles que logran terminar la carrera encuentran empleo con relativa rapidez y, en general, con buenos salarios. A los cuatro años de graduarse, su sueldo medio se sitúa por encima de los 30 000 euros, según los últimos informes de empleabilidad. ¿Y ahora qué? En este 2025, la situación no ha cambiado demasiado respecto a años anteriores. Aunque algunas universidades siguen apostando fuerte por modernizar sus grados y adaptar los contenidos a los nuevos retos —como el cambio climático, las infraestructuras sostenibles o la digitalización del sector—, el problema de fondo sigue siendo el mismo: falta interés. El reto, por tanto, ya no es solo académico, sino también cultural. Hace falta explicar, con claridad y entusiasmo, qué hace un ingeniero civil, cómo mejora la vida de las personas, y por qué es una carrera con futuro. Se necesita también una mayor conexión con los institutos, campañas que acerquen la ingeniería a los más jóvenes, y políticas que valoren adecuadamente la formación técnica. Porque, aunque ahora parezca que nadie quiere ser ingeniero civil, la realidad es que el mundo no puede permitirse prescindir de ellos.